La simbología en los sueños según Freud

La simbología en los sueños juega un gran papel en la interpretación de los sueños, puesto que el contenido latente de los mismos se manifiesta mediante símbolos. Dada la importancia que Freud concedía a la libido, no debe extrañar que una buena parte de su simbología tenga carácter sexual.

Hall se tomó la molestia de contabilizarlos y su búsqueda dio las siguientes cifras: 102 símbolos para el pene, 95 para la vagina y 55 para el acto sexual.

Humorísticamente se ha puesto el siguiente ejemplo de sueño repleto de simbolismo sexual:
Un señor sueña que se va de vacaciones, hace la maleta, baja las escaleras y mete los bultos en el maletero del taxi (las tres operaciones son símbolos del acto sexual).

Llega a la estación con tiempo y se propone escribir una postal. Saca punta al lápiz (pene), no escribe bien, prueba con la pluma (pene), pero tiene que hacer fluir unas gotas de tinta hasta que logra escribir (masturbación), y termina echando la postal en el buzón (vagina).

Todavía continúa el relato cargado de otros símbolos. Si queremos interpretar así ese sueño, habría que concluir que ese señor, y casi todo el mundo, es un obseso sexual.

En un trabajo posterior a su obra “La interpretación de los sueños”, titulado “Interpretación metapsicológica a la doctrina de los sueños” (1917), Freud explicaba la génesis de los sueños: el recuerdo de los hechos pasados se encuentra en el que sueña en un plano preconsciente.

Estos recuerdos, reforzados por el inconsciente, se transforman en percepciones que quien sueña toma como reales. Se trata, por ello, de una alucinación, que se diferencia de las ideas delirantes en que en éstas el sujeto se halla despierto.

En el caso del sonambulismo, las percepciones sensoriales en el sueño, eludiendo la conciencia, dan lugar a una respuesta motora. En palabras de Freud: Cuando una idea ha encontrado el camino regresivo que conduce hasta las huellas mnésicas inconscientes de los objetos, y desde ellos hasta la percepción, reconocemos su percepción como real. Así es como la alucinación trae consigo una creencia en la realidad.

Por ello, compara la situación del sujeto durante el tiempo que sueña con algunas situaciones patológicas de la mente: El sueño es una psicosis con todos los absurdos, deformaciones delirantes e ilusiones de una psicosis, pero es una psicosis de breve duración, inofensiva y que cumple una misión útil…

En los estados patológicos, afirma Freud, hay un debilitamiento relativo o absoluto del “yo” que le impide cumplir sus funciones… En los sueños, si el “yo” se desprende de la realidad del mundo exterior cae, por influjo del mundo interior, en la psicosis.

En los sueños la toma de conciencia es débil y, por esta razón, el ello tiene un acceso más fácil al yo en sus pulsiones y deseos, porque el superyo está como dormido. De ahí que Freud admitiera que en los sueños siempre hay que ver la realización de un deseo.

Pero se trata de un deseo disfrazado, porque tras lo aparente de los sueños (imágenes, acción) hay algo latente, críptico, pues aunque el superyo está adormecido, no está totalmente dormido y ejerce cierta censura. La forma de evadir su vigilancia es disfrazar de inocencia o neutralidad el significado real.

La misión, por tanto, del psicoanalista es llegar, partiendo de lo patente de los sueños, a lo latente que éstos encierran.

Para ello cuenta con la ayuda de la simbología onírica y de las asociaciones libres. Así, el médico analista y el yo debilitado del paciente, apoyados en el mundo exterior real, deben tomar partido contra los enemigos, es decir, contra las exigencias instintivas del ello y las demandas morales del superyo.

Concertamos un pacto —decía Freud— con nuestro aliado: el “yo” enfermo nos promete la más completa sinceridad, es decir, promete poner a nuestra disposición todo el material que le suministra la auto- percepción; por nuestra parte, le aseguramos la más estricta discreción y ponemos a su servicio nuestra experiencia. Y la manera de proceder la describe así:

El enfermo, durante la sesión, debe expresar, lo mejor posible, todo cuanto piensa y siente. Ello quiere decir que debe verbalizar toda imagen, todo pensamiento, toda sensación, a medida que aparecen en el campo de su conciencia, sin formalizarlos con vistas a una selección previa a su exposición.

Con este fin, el paciente se sienta cómodamente en un sillón, o se tiende en un sofá, y a medida que narra sus sueños el psicoanalista le hace algunas preguntas a las que debe responder con lo primero que éstas le sugieran (asociación libre).

Así, tras una sucesión de asociaciones, y con ayuda de la simbología onírica, se puede llegar a descubrir la impulsión reprimida que constituye el núcleo patógeno de una posible neurosis.